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Tormenta Marina

Los bailarines

Los bailarines

 

Los bailarines

 

Laura lucía sus galas de domingo, la amplia falda casi
envolvía a Emiliano, cuando daban giros en la euforia del
baile. Tenía una tierna sonrisa dibujada en su rostro, del
color café suave, de la tierra que los viera nacer. Su negro
cabello; peinado en dos trenzas y adornado con listones
color grana, cautivaban a Emiliano. Se sentía orgulloso
por ser su compañero de baile, y los dos deseaban que aquél
no acabase, tener un pretexto para rozar sus cuerpos y
abrazarse. Intercambiaron sonrisas, entre revuelo de faldas y
taconeos. La alegre música contagiaba sus sentidos y los
aplausos que conquistaron los emocionaban. Soñaron
con que el tiempo se hiciera eterno, contar con una remota posibilidad
de permanecer juntos. Después de tres bailes más, dieron término a su actuación.
Ante el infantil júbilo de la gente, que había disfrutado con ellos, fueron
conducidos fuera del escenario.
Emiliano consiguió rozar por un momento, la mano de Laura.
Antes de que el titiritero, los arrojara con indiferencia,
a cada uno, en cajas separadas.

La magia en la noche

La magia en la noche

La magia en la noche

La noche llega vestida de gala, con su compañía de estrellas.
La luna como toda una anfitriona, la espera.
vestida también, de gasas y sedas.

La música del cielo completa la magia.
El tiempo embelesado, se detiene por un momento.
Con respeto…, se aleja discreto.

Abajo la tierra duerme, ajena a la fiesta del cielo.
Por tener los unos…, los ojos bajos, tan pegados al suelo.
Los demás, por morir durmiendo, tan serenos.

La noche se convierte en bailes y sueños.
Las sombras abajo, como centinelas…, son espejo del cielo.
También bailan y viven sus propios sueños.

Es magia que vuela entre la tierra y el cielo.
Toda ella vuela, entre titilar de estrellas.
Con luz de luna y abrazos de sueños.
La noche la acaricia…, el tiempo, la espera despierto.

Es la magia bailando en la noche, la que mueve al universo.
En la noche calma…, vive también su sueño.

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Doble efecto

Doble efecto

 

Doble efecto.

El médico, entró a la sala donde lo esperaban. Las ansiosas miradas, buscaron respuestas en sus ojos; inclinando la cabeza, las evadió. Elisa, detrás de todos, escuchó, que su hermano le pedía: Por favor, díganos. El galeno, con tono bajo, les informó: Es irreversible, su cerebro ha muerto. No existe esperanza alguna. Ahora, tras los estudios, es una certeza. El silencio se hizo enorme, nadie pudo articular palabra… Después de un momento, se abrazaron sollozando. El médico, discreto, se retiró. Elisa no había podido moverse, la idea era aterradora, y su mente, no le permitía aceptarla por completo. Agradeció enormemente, cuando su hermano mayor, se acercó a ella, la abrazó, y le dio un beso en silencio. Pasado un tiempo, el médico volvió y les dijo: Comprendo su dolor, pero creo que están enterados de que su familiar es donador de órganos, tenemos que disponer del cuerpo, en un tiempo determinado. Tras un doloroso silencio, y un momento de duda, asintieron. Uno, a uno, desgarrados; se fueron despidiendo y salieron de la habitación. Elisa, aterrada, se vio sola. Intentando con toda su alma, hacerse oír: ¡Vuelvan, vuelvan!…

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De despedidas y tardíos arrepentimientos

De despedidas y tardíos arrepentimientos

De despedidas y tardíos arrepentimientos.

Janny se levantó esa mañana, había pasado la noche sin poder dormir.
Se encaminó al baño aun desperezándose; estirando los brazos sobre su cabeza
y dando un gran bostezo. Recordó con un amargo sabor de boca a Julián,
lamentó interiormente la ruptura de sus relaciones y la causa de ésta.
En su defensa, desesperado, él había exclamado:

¡Lo lamento! ¡No volverá a pasar! fue una locura de momento…,
tenía unas copas de más y me dejé llevar. Nena… ¡perdóname!
Ni la conocía, ¡te juro que fue la única vez!
Ella lo dejó hablar todo lo que quiso, en hermético silencio.
Después, mirándolo a los ojos y con el dolor reflejado en su voz, le dijo:
– ¡No te creo! ¡Vete de aquí! Dicho esto, salió al balcón dando por terminado lo que tenía que decir.
Cuando consideró que él se había marchado, entró y se tiró llorando en la cama.
Ahora intentaba darse ánimos, mientras abría la puerta del baño. Se detuvo en el umbral; lívida, fría,
mientras todo se le volvía oscuridad ante lo que veía. Julián yacía dentro de la tina. Nunca más la engañaría.

 

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Adela

Adela

 

Adela

La noche era fresca en la pequeña terraza, las estrellas titilaban con fuerza. Adela disfrutaba de ella, aun cuando a cada momento sus ojos se desviaban hacia el teléfono y ante su silencio de días, la torturaba la melancolía. Al volver sus ojos hacia el cielo, la sorprendieron dos lágrimas que recorrieron su rostro.
Suavemente las retiró y embozó una sonrisa, exclamando para si misma: ¡Gracias! Pareciera que las lágrimas habían sido un alivio para su corazón herido. Agarró el vaso de la mesita y con su bebida en la mano entró a la casa. Se detuvo un momento, observando las fotografías que tenía allí, se acercó y tomó la primera, contempló el rostro ahí reflejado y después las guardó todas en un cajón. Se encontraba aun parada junto a él, cuando el teléfono sonó; un fuerte pálpito sacudió su corazón. Miró el teléfono que no dejaba de sonar..., entonces, se encogió levemente de hombros y dijo para si misma: ¡No estoy!

 

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Carita de pena

Carita de pena

 

Carita de pena

La pequeña a través de la ventana; lucía una carita de pena. En sus ojos, húmedos por las lágrimas, se leía la esperanza perdida, mantenía las manitas apoyadas en el borde y la nariz casi pegada al vidrio. Parecía una estrella prendida en la oscuridad de la noche, mientras contemplaba la calle vacía. Como hacía cada noche, hasta que veía aparecer el auto de su padre. La imagen tan vívida, que asaltó su mente, hizo a Manuel inclinar la cabeza; mientras tomaba en sus manos, la copa que le ofrecían. Miró a la hermosa mujer que tenía frente a él, la cual, lucía una mirada llena de complacencia.
Se puso de pie, depositó su copa aun sin degustar en la mesita, y ante la asombrada mirada de su acompañante, fue por las maletas que aun permanecían donde las dejara al llegar. Se volvió un momento, antes de salir por la puerta, y le dijo a ella:
– Lo siento.

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